Todas las mujeres son de Serrat



ESPACIO PARA EL PSICOANÁLISIS 2017
Por Luciano Lutereau (*)

Cuando en su obra antropológica, “Tótem y tabú”, Freud propuso un mito originario y constitutivo de la civilización, fue duramente criticado desde diferentes sectores: filósofos, antropólogos, y aún hoy ciertos sociólogos se burlan del padre del psicoanálisis. Sin embargo, Freud jamás quiso reconstruir un momento históricamente verdadero. En todo caso, el mito freudiano es una suposición presente en la fantasía de todo neurótico. Detengámonos en el contenido de esta ficción.
La idea de que habría habido un momento primitivo en que el padre gozaba de todas las mujeres, y que sólo tras la muerte del padre los hermanos se reconocieron como tales, en un pacto que recuperaba (a través de la culpa internalizada) la posibilidad de un lazo, esta vez entre semejantes, es algo que se desprende de situaciones concretas en la experiencia del psicoanálisis. Es el caso, por ejemplo, de todo varón que vacila ante la más nimia (y, por eso mismo, crucial) de las decisiones: la de ponerse de novio o establecer una pareja.
¿Cuántas veces he escuchado a varones ofrecer los más diversos argumentos para evitar dar ese paso? Porque “si me pongo de novio, entonces no voy a poder salir con otras mujeres”, decía un muchacho, para quien la fidelidad no era (sus dichos lo demuestran) una imposición abstracta (un ideal social) sino una consecuencia ética de su acto, por lo tanto, mejor mantenerse un paso detrás de esa implicación subjetiva. O bien, el caso de otro joven que sintomatizaba esta coyuntura con una encrucijada que podría ser típica (en la neurosis obsesiva): al ponerse de novio y visitar por primera vez la casa familiar de su pareja, siempre (y en esa fatalidad se reconoce el síntoma) se encontraba con que le gustaba también la hermana de su novia. Podría haber sido una amiga, o una prima, o cualquier otra mujer que sirva a los fines de expresar el desgarramiento del ser moral que impone una decisión de este tenor cuando retorna como conflicto neurótico.
Por eso muchos varones de nuestro tiempo directamente optan por ahorrarse el síntoma. Y valga la metáfora del ahorro para denotar el carácter retentivo de esta posición. Antes que el conflicto y la represión del conflicto, realizan una regresión al erotismo anal que los deja en una actitud especulativa y calculadora. Pueden parecer grandes seductores, pero son dosificadores de un amor que se da con cuentagotas. Dan lo (poco) que tienen, cuando el amor es dar aquello que falta.
Por lo tanto, ¿qué posición para estos varones retentivos? Sin duda, la de capturados en una posición de goce ofrecida al padre. Gozados por el padre al que le dejan las mujeres. Identificados con ese padre que las posee a todas y, entonces, a ninguna. Una figura de nuestro tiempo para imaginar a este padre primordial bien podría ser la de Hugh Hefner y su ejército de conejitas de Playboy, es decir, un hombre mayor que de lo único que puede gozar es de su impotencia.
Porque si la potencia no confronta con la castración (la detumescencia), se resume en la actitud contemplativa del impotente. “Estoy mirando”, dicen muchos de los potenciales clientes de negocios y vidrieras. “Estoy mirando”, dicen muchos de los varones de nuestro tiempo que prefieren la posición del espectador (por ejemplo, en las redes sociales y aplicaciones de chat) antes que el acto.Esta es la fantasía que más atormenta a un varón, la suposición de un Padre que sería el que goza de todas las mujeres. Sin embargo, ¿no es el psicoanálisis la experiencia que enseña que sólo se tiene una mujer cuando se la pierde? En efecto, podríamos bromear y decir que una mujer se casa con un hombre, a condición de que éste acepte que ella ama a otro (sea que lo llamemos Serrat, Sabina, Sandro, y para cada letra tendríamos un nombre propio). ¡Todas las mujeres son de Serrat! Ya lo sabía Fabián Casas cuando escribió en “Ensayos Bonsai”: “A mí me gusta Serrat. A mi mamá también le gusta Serrat y me lo hizo escuchar infinidad de veces”. Esta fantasía es la que subtiende muchos de los celos del varón actual, cuya resolución puede entenderse con esta referencia a lo materno.
Porque, ¿desde dónde ama una mujer a estos hombres ejemplares? Por lo general, desde un punto de vista maternal. La adoración por el ídolo no expone más que una actitud tierna. Las mujeres siempre nos son infieles... con los hijos. Este es del aspecto estructural que el varón de nuestro tiempo rechaza en la fantasía primordial: perder la mujer en favor de los hijos. Por eso no pocos problemas conyugales de nuestro tiempo se desencadenan con el acceso de la descendencia (varones celosos de sus hijos, reclamos sexuales que desconocen el puerperio, etc.).
(*) Doctor en Filosofía y Magíster en Psicoanálisis (UBA). Docente e investigador de la misma Universidad. Autor de los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” y “Ya no hay hombres. Ensayos sobre la destitución masculina”.